Un diario y una imprenta
Diario de la dispersión
Algunas personas hacen tantas cosas que no entiendo cómo lo logran. De dónde sacan el tiempo, fuerza, capacidad y ganas de encarar semejante cantidad de trabajo. Rosario Bléfari era una de esas personas. Cantaba, actuaba, escribía, pintaba. Era una máquina que no paraba de producir arte.
Esta semana terminé su Diario de la dispersión, que editó Mansalva y que recopila colaboraciones que hizo Rosario para La Agenda. Como lo dice el título, este Diario de la dispersión es, primero, una oda a su forma de trabajar, caótica y preciosa, a su forma de saltar de un trabajo a otro. Pero también es una oda a su padre, al recuerdo de su madre, al amor por el lugar donde creció. A ese espacio tan chico en el mundo que se reconoce como hogar.
Señalé muchas páginas de este diario que es tan triste como precioso. Precioso porque ella lo era. Triste porque si bien no toca el tema de su salud directamente, todo lo que pasa sucede entre estudios.
Te comparto algunos pasajes:
Pasaron las semanas, los meses, y en el camino muchas veces pensé que este era el diario de la dispersión pero también el diario de mi salud debilitada –aunque no hiciera alusiones directas a ella–, el diario de las despedidas, el diario de una mujer que responde a la obligación filial de hija única para salvarse a sí misma al mismo tiempo, el diario del amor, la maternidad y la amistad a distancia. Podría seguir cada tema sin mencionar los demás, pero explicitar parte o no explicitar nada se volvió un dilema. También estas dudas son parte del análisis de la dispersión. Puedo decir a esta altura que mi método funciona, estoy segura, pero este experimento se me fue de las manos: ahora todas las personas del mundo lo están probando. Algunos reniegan, otros gozan, algunos se angustian y otros se sorprenden. Desplegarse no es desaparecer, no es alejarse o ser voluble sin sentido.
***
Estoy saliendo cada vez menos al jardín, los días de lluvia y calor favorecen la proliferación de los mosquitos y su voracidad en aumento ignora tabletas y repelentes. Son muy silbadores y molestan además de picar. Me comunico con Fabio y Nina un poco más seguido últimamente pero esa comunicación consiste más que nada en tráfico de fotos y figuritas y links a notas periodísticas con algunas recomendaciones. Hablamos ese lenguaje y me siento cómoda así. Los días se me hacen muy cortos. Hoy no toqué la guitarra ni escribí nada más que este diario. A veces pruebo de tararear encima de alguna canción de jazz que escuchamos al mediodía mientras almorzamos. Y entonces escucho mi voz y compruebo que está ahí.
***
Mi papá fue a comprar membrana, va feliz, se va en camioneta con un joven vecino y después del mediodía la colocan sobre el techo de mi refugio abandonado. Pensamos que esto va a ayudar a la recuperación del espacio. Aislará del frío. Me encanta poder sentir todavía que mi papá es mi papá y aunque sea yo quien está para cuidarlo a él, en parte por eso vine a La Pampa, todavía puede hacer cosas pensando y actuando como un padre aunque yo sea una mujer grande. Mi mamá ya no está, pero si estuviera podría sentir esa protección de su parte también… por ejemplo una de sus ricas comidas de cocinera impecable, esa confianza que me daba su alimento, siempre sabroso, siempre sano, fresco, limpio, con la temperatura exacta; o uno de sus abrazos fuertes cuando me decía “te transmito toda mi fuerza”. Somos hijos y cada uno de estos gestos se cotizan más y más alto, se dispara su valor, se va a las nubes a medida que se acerca el final.
***
Mi mamá estaba sola una mañana en la casa, fue a la quinta a buscar algo y se tropezó con una de las maderas que demarcaba un sector y se cayó. Se cayó sobre la tierra fresca que estaba preparada para trasplantar algo. En vez de levantarse rápido se quedó tirada un rato, me contó, porque de inmediato pudo sentir en todo el cuerpo la blandura aireada del suelo. El sol matinal que ya había entibiado la tierra y ese vapor perfumado que se elevaba como una respiración. La luz, el aire, todo era tan grato para la rendición del cuerpo al desplomarse, ese inesperado sucumbir a la gravedad. Me dijo que le dieron muchas ganas de quedarse así.
Imprenteros
Durante toda la vida Alfredo, el padre de Lorena, Sergio y Federico, tuvo una imprenta en Lomas del Mirador. Era el negocio de la familia. Ahí adentro pasaron horas en las que, primero, jugaban mientras su papá trabajaba y, después, ayudándolo, aprendiendo a usar esas máquinas gigantes entre tinta, papeles y sonidos constantes y repetitivos. Hasta que Alfredo murió y los hijos de su segunda pareja, los medio hermanos de Lorena, Sergio y Federico, cambiaron la cerradura de la imprenta y nunca más los dejaron entrar.
Esa es la historia que escribió, protagoniza y dirige Lorena, un drama autobiográfico donde no solo aparece ella relatando lo sucedido con un micrófono sobre el escenario, sino sus hermanos.
No soy una persona del teatro –aunque cada vez que voy pienso que tengo que hacerlo más–, y quizás por eso los recursos que se usan en Imprenteros me parecieron tan magníficos. Porque no se trata de una obra de las clásicas donde una serie de actores relatan una historia, sino una muy diferente. Lorena usa una cantidad espectacular de recursos para poder meternos en ese mundo de belleza, nostalgia y sufrimiento.
Porque a través de la hora y media que dura Imprenteros Lorena no solo cuenta la historia en primera persona y dirigiendo a actores sobre el escenario, sino también a través de entrevistas que le hace a sus hermanos, de videos, de audios que le envió su madre recordando a su padre, de un baile hipnotizante y de sonidos que nos transportan a la imprenta.
Ahora entiendo por qué todas las personas que fueron me la recomendaron con tanta fuerza y entiendo por qué está en cartelera hace tantos años: porque es una obra que permite meterte en un negocio familiar y sufrir con los protagonistas, que están ahí sobre el escenario contando el duro momento que vivieron, pero sin golpes bajos. Porque si bien es un relato repleto de tristeza, la manera en la que está pensada la obra matiza esos sentimientos de dolor.
Cuando salimos compramos el libro que Lorena y sus hermanos publicaron junto a la editorial DocumentA/Escénicas, que es un objeto increíble que permite expandir esa historia a través de relatos, entrevistas e imágenes que nos meten en ese mundo tan reconocible para ellos pero tan raro para la mayoría de nosotros.
Así empieza el libro:
En el año 2018 volví a dirigir una obra de teatro después de varios años de no hacerlo. La obra número nueve como directora. La diferencia de esta obra con las anteriores fue que se trataba de un relato autobiográfico en formato documental. Iba a actuar de mí. Yo iba a ser yo en escena e iba a hablar de mí. De las cosas que me pasaron en la infancia. De mi relación con el trabajo. Y de los desencuentros con mi padre. Y a aquellos desencuentros que había tenido a lo largo de toda mi vida con él, se sumaba uno más: no poder volver al lugar donde murió, su taller de imprenta. Su casa de origen.
De ahí partí.
Pero,
me preguntaba ¿por qué?
¿a quién le importaría?
qué sentido tenía a esta altura revisar todo aquello.Ya lo había odiado. Lo había perdonado. El conflicto con mis medios hermanos estaba encaminado con los abogados. Y mi padre ya estaba muerto.
Somebody Somewhere
No sé cómo llegué a Somebody Somewhere. Creo que fue pidiendo recomendaciones de comedias que tuvieran un poco más de profundidad, esas producciones que suelen ser más comedias dramáticas que tienen como base un acontecimiento muy triste y de ahí se desprende la trama.
En este caso Somebody Somewhere cuenta la historia de Sam, una mujer de unos 40 que vuelve a su pueblo rural de Kansas para cuidar a su hermana enferma. Su hermana muere y ella se queda ahí atrapada, entre su depresión por haber perdido a alguien tan amado, el alcoholismo de su madre, su relación tensa con su otra hermana, y ese amor y complicidad con el padre, un tipo grande que maneja su granja como puede.
Y si bien todo es bastante gris para Sam, reencontrarse con un amigo de la secundaria y poder conectar con esa amistad y complicidad hace que la luz empiece a volver de a poco a su vida. No significa que los otros problemas desaparezcan, pero sí nos deja ver también que la vida son capítulos. Algunos van a ser medio chotos, más tristes y donde vamos a tener que ocuparnos de cosas que nos van a hacer mal mientras que otros van a estar llenos de risas y esperanza.
Somebody Somewhere es una serie honesta y esperanzadora. Honesta porque no sigue la línea clásica de las historias de Hollywood de recomposición después de haber pasado un momento de dolor. Esperanzadora porque los problemas que atraviesa tanto Sam como el resto de los personajes permite acercarnos de una manera diferente y empatizar con ellos.
Quote
“En tres palabras puedo resumir todo lo que he aprendido: la vida sigue”.
— Robert Frost
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Poema de la semana
Canción del sueño 14
La vida, amigos, es aburrida. No debemos decirlo.
Después de todo, el cielo destella, el mar suspira,
nosotros mismos destellamos y suspiramos,
y además mi madre me dijo cuando niño
(repetidamente) ‘Si confiesas alguna vez estar aburrido
significa que no tienes
Recursos Internos.’ Concluyo ahora que no tengo
recursos internos, porque estoy terriblemente aburrido.
Las personas me aburren,
la literatura me aburre, especialmente la gran literatura,
Henry me aburre con sus problemas y quejas,
tan malas como las de Aquiles,
quien ama a las personas y el arte de vanguardia, que a mí me aburren.
Y las aburridas colinas, y el gin, se parecen al tedio
y de algún modo un perro
que se ha llevado a sí mismo y su cola considerablemente lejos
dentro de las montañas o el mar o el cielo, dejando
atrás: a mí, truhán.
– John Berryman
Outro
Hola, ser del bien, ¿cómo estás? Yo super. Increíblemente descansado por todos los feriados que incluyeron salidas y asados. Lo mejor de todo es que todavía no termina. En unas horas me encuentro con una amiga y su novia para seguir comiendo rico, charlando y riendo.
No, no me volví loco y programé mal la salida de observando. Esta vez no es que terminé tarde de escribir el newsletter, sino que simplemente quise hacer un experimento enviándolo al final del domingo. El horario del corchazo, como me gusta decirle a mí. Quería ver si pasaba algo diferente. Seguro que no, pero cada tanto me gusta hacer esos experimentos mínimos.
El sábado pasado a la madrugada, el día después de haber visto Imprenteros, me desvelé. Me desperté a las cuatro y di unas vueltas en la cama. Esos momentos en los que ya sabes que no vas a poder dormirte porque la cabeza empezó a maquinar.
Di más vueltas hasta las 4.41 y, un poco frustrado por no poder conciliar el sueño, agarre el celular. Miré un rato TikTok y vi algunas stories de amigos que no se habían ido a dormir y estaban de joda. Dejé el celular un ratito después y volví a intentar dormirme. Creo que lo estaba logrando cuando sonó la alarma de un auto. Miré el reloj y eran las 5.41. Pensé en la casualidad que sea una hora exacta después de haber mirado el celular la última vez.
Agarre el Diario de la Dispersión. Lo había arrancado hacía unos días y como no había tenido demasiado tiempo iba solo unas 20 o 30 páginas. Lo termine unas horas después, cuando me levante ya para preparar el desayuno. Es un libro precioso. Espero haberle hecho honor.
Ah, un detalle antes de irme. La otra semana me voy de vacaciones unos días a Mendoza. Vuelvo el mismo domingo que debería salir la próxima edición de observando. No voy a llegar a terminarlo, así que nos volvemos a leer el 18 de junio.
Bueno, te dejo. Me voy a bañar y arrancar mi día. Como siempre te digo, recibir observando es gratis, pero hacerlo no. Si querés colaborar, podés comprarme un cafecito, aportar mensualmente o recomendárselo a las personas que pienses que puedan disfrutarlo.
Gracias por estar ahí.
Te mando un abrazo grande,
Axel