Hace un montón que quiero escribir observando. Pero por un motivo u otro termino no haciéndolo. Tanto que de alguna manera ya decidí que este newsletter, a diferencia de cuando salía todos los domingos sin falta, sale cuando puede salir. Cuando su autor logra escribir algo.
Los próximos días voy a estar de vacaciones y mientras viajaba en el avión se me ocurrió escribir una especie de diario de viaje, del que no sé bien qué va a terminar saliendo... pero, ¿a quién le importa cómo salga? Hay que sentarse y escribir, es la única manera de que quizás alguna frase sea digna de ser destacada.
La cosa es que hoy nos levantamos en casa y ahora estamos en Bariloche en una cabaña de un panadero alemán que se llama Christian y que, a todos sus inquilinos en su llegada, les regala algo de lo que horneó durante el día. Algunas veces deja pan con cereales; otras, apfelstrudel —que es un strudel de manzana—; otras schwarzwälder kirschtorte, una selva negra que te puede dejar de cama si comés una porción entera (cosa que no sería rara, porque es exquisita); medialunas (no, no son alemanas, pero estimo que si un panadero no hace medialunas en Argentina se funde al mes y medio). Esta vez nos dejó un pan con cereales que tostamos apenas llegamos para comer con dulce de leche y un mate. Todo con vista al lago.
Ayer llevamos a Siesta, nuestra galga, a una guardería. El proceso de adaptación fue más complejo que dejar a un pibe en el jardín el primer día, e involucró tres visitas de distinta duración para que los cuidadores y ella se vayan conociendo y tomando confianza. Nunca hubiera imaginado que me iba a convertir en esas personas que tratan a un perro así... pero bueno, todo para que no sufra la galga que rompe todo lo que se le cruza por delante.
Bariloche se divide en dos: el centro y los kilómetros. Nosotros estamos en un terreno inmenso en la zona de los kilómetros. En el centro está el shopping, los hoteles más grandes, la pista de patinaje, el cine. Una ciudad, digamos, bastante imaginable. Los kilómetros, alejados del centro, son un espacio donde las casas se mezclan con los cipreses de la cordillera, coihues, pinos y otros árboles que no conozco, preciosos e imponentes. Y como todavía el otoño no llegó por completo, el paisaje está dibujado por el amarillo patito de las plantas y árboles más apurados y el verde barilochense, ese verde que solo te podés cruzar en el bosque, oscuro y frondoso.
Está atardeciendo y suena una canción de Calamaro que tocó hace poco Santiago Motorizado y que no paro de cantar gritando y emocionándome.
Últimamente me estoy emocionando con cualquier cosa. La música es el motivo más común, pero me pasa todo el tiempo con películas, libros. Se lo adjudico a la vejez. Solo escribirlo me emociona un poco. No sé ni qué es lo que me emociona de lo que escribo. En fin, un boludo.
En el verano atardece muy tarde en el sur. Muy muy tarde. Alrededor de las 21. En invierno increíblemente temprano, tipo 18:30. En esta época, un tanto Corea del Centro, anochece igual que en Buenos Aires. Son las 18:29 y la golden hour está en su mejor momento. El cielo, teñido de diferentes colores, cambia su paleta constantemente. Ahora es naranja y celeste. Hace un rato, antes de que se escondiera el sol, la luz resaltaba todavía más el amarillo de los árboles, que ya se oscurecieron un poco.
Maca está en la mesa dibujando el paisaje que tenemos desde la cabaña. Vemos al lago abrazado por los árboles. Yo, tirado en un sillón negro inmenso, escribo mientras tomo mate. Pienso en la operación de Maca, hace poco más de cinco meses. No me imaginaba que tan pronto íbamos a poder estar viviendo, digamos, normalmente. Algunas veces me olvido. Muy pocas, la verdad. Otras no paro de agradecer. ¿A quién? No creo que alguna vez vaya a saberlo.
Otra vez me emociono por dios aflojemos un poquito.
Me pregunto si la gente que vive acá también tendrá al ansiedad urbana que arrastramos todos los días. No me lo imagino a Christian, con Coco, su perro rescatado que lo mira con el amor que solo un perro rescatado puede darte, horneando sus panes alemanes, demasiado preocupado.
Siempre que pienso esas cosas también pienso en ese dicho que reza que en la vereda de enfrente el pasto siempre es más verde. Estoy en Bariloche y pienso eso. No se consigue tanto más verde que esta vereda, así que mejor aflojo.
Hace años Eze, uno de esos jefes que te pone adelante la vida que termina convirtiéndose en amigo, me viene diciendo que lea Los detectives salvajes de Bolaño. Lo empecé hoy en el avión. Leí poco –lo que se puede leer en un vuelo que dura menos de dos horas de las cuales dormí una–, pero ya me tiene atrapado. Qué pluma. Qué envidia. Siempre tardo en agarrar recomendaciones. Me pasó lo mismo con Aristimuño.
Me voy a ir a bañar. Probablemente salgamos a cenar. Mi plan es tomarme un vino y comer algo bien calentito. Un guiso o algo así. Después a dormir, porque mañana me gustaría levantarme temprano para salir a caminar un poco mirando el lago.
Extrañé mucho esto. A vos y a observando. Aunque suene cursi, tengo a este newsletter y el amor que recibe en mi cabeza y corazón constantemente.
Un abrazo,
Axel
Tu newsletter es de esas cosas que hacen bien. Qué bueno leerte otra vez.
¡Que hermosa manera de escribir! Que disfrutes de Bariloche y gracias por hacernos disfrutarlo a nosotros también.