Hola, ser del bien, ¿cómo va? Yo acá, en la cama disfrutando de que todavía el mundo está callado.
Es sábado, son las 8 de la mañana y estaba pensando en si ponerme a escribir observando o dejarla ir y esperar hasta el finde que viene. Es que vengo con unas semanas de mucho trabajo y muchas calls y siento que un poco te drenan. Termino el día bastante cansado y sin demasiada cabeza para escribir, así que suelo salir a correr e intento recuperar por ese lado.
Sí, sigo corriendo como si no hubiera mañana. De hecho debería estar corriendo en este mismo momento, pero decidí salir mañana y arrancar el domingo con todo. Sigo con la idea de este año hacer una media maratón, pero ya pensar en correr 21 kilómetros me parece algo medio ficcional. Quizás es porque nunca fui una persona demasiado deportista.
Hace unas semanas que se vienen suscribiendo un montón de personas a observando. Al principio no entendía bien por qué, después me di cuenta que era porque estaban saliendo una serie de entregas que había escrito para el newsletter de Club Carbono, un club de lectura que organizan las editoriales Godot, Sigilo, Chai, El gato y la caja, Leteo, Barrett y Gourmet Musical. El libro que reseñé es Los niños 6, de Jesse Ball. Escribí esas entregas hace muchísimo tiempo y había imaginado que nunca saldrían. Entre nosotros, en el Club hubo personas tan increíbles escribiendo que pensé que no iba a salir más.
Pero salió y me puso profundamente feliz. Si sos de esos nuevos lectores, te doy la bienvenida. Y si sos lector de observando y querés suscribirte a un club de lectura que organizan editoriales independientes buena onda y que aman lo que hacen, quizás te interese formar parte de Club Carbono.
En las últimas semanas estuve viendo algunas pelis. La primera que taché de la lista de esas que “tenés que ver pero nunca viste” fue Interstellar, protagonizada por Matthew McConaughey, Anne Hathaway y Jessica Chastain. Qué preciosura. Tres horas de meterte de a poco en la búsqueda de un mundo que pueda reemplazar al nuestro porque la Tierra se está quedando sin recursos (tan real que duele), pero que en la subtrama habla de la pérdida, del sufrimiento, de dejar atrás a personas que amás, justamente porque las amás con todo tu corazón, sobre el paso del tiempo, sobre la búsqueda como especie y la necesidad de sobrevivir. Cómo se une el principio del film con el final, o todo con todo en realidad, es emocionante. Un mix perfecto entre la inmensidad del cosmos y la intimidad del ser.
Y como ahora está todo el mundo hablando de Yorgos Lanthimos porque es el director de Poor Things, película que todavía no vi porque no soy tan fan de ir al cine sino que me gusta más ver films desde la comodidad de mi sillón, fui por The Lobster, una peli que dirigió en 2015 y que protagonizan Colin Farrell y Rachel Weisz. The Lobster transcurre en una sociedad distópica donde las personas solteras son envidas a un hotel para conseguir pareja. Si no lo hacen en un tiempo determinado, son convertidos en el animal de su preferencia, como el hermano del protagonista, que lo acompaña durante el film y quien fue convertido en un perro.
De ahí se desprende la fuerza de The Lobster. Usa esta premisa para atacar muchos aspectos de la sociedad, pero sobre todo cómo sufrimos la presión de tener que adaptarnos a las reglas y convenciones y cómo somos mirados y tratados como animales por no ajustarnos a esos moldes. Rara, pero buena.
Y empecé el nuevo libro de Virginia Higa, El hechizo del verano. De Higa leí hace tiempo Los sorrentinos, que cuenta la historia de cómo su familia de inmigrantes italianos creó el famoso plato. Agarré El hechizo del verano con muchas expectativas porque Los sorrentinos me había encantado. Saben que las expectativas matan todo. O casi todo, diría, porque a la pluma de Virginia no la mata nada. En este libro, muy diferente al anterior, cuenta su vida en Suecia. Mezcla de diario de viaje, anecdotario y análisis social, relata cómo llegó al país escandinavo llevada por la profesión de su pareja y cómo se encontró, relacionó y adaptó a un lugar tan diferente y lejano al nuestro.
Quizás porque nunca viví afuera del país estoy tan emocionado con este libro, con cómo los humanos podemos ser tan distintos, cómo nuestras mascotas pueden ser tan distintas, cómo nos movemos, cómo nos comunicamos incluso sin hablar, nuestros gestos, nuestra ropa, nuestros deportes, cómo les choca el uso del perfume porque lo consideran una violación de su espacio personal. Hasta los atardeceres son diferentes (cosa que ahora me resulta obvio pero que nunca había pensado).
Seleccioné algunos de los párrafos que más me gustaron de lo que llevo leído, pero la realidad es que leerla a Virginia es un placer que va mucho más allá de estos párrafos:
Para mostrar que están prestando atención a lo que decimos o para dar señales de asentimiento, los suecos hacen una aspiración corta que se parece al sonido que hacemos nosotros cuando algo nos asombra. Hacen esas aspiraciones a cada rato, y son señal de cortesía. La primera vez que hablé un rato largo con una sueca pensé que sufría de asma. En el norte del país, una región despoblada donde hay muchísimo espacio entre las personas, se lleva esto al extremo: para asentir no dicen «sí» ni mueven la cabeza sino que hacen un sonido parecido al de una boca que chupa la bombilla del mate.
Habría que hacer un experimento, me digo: enseñar una lengua sin recurrir en ningún momento a la escritura. Enseñar y aprender de manera oral, como hacen los niños. La escritura es, después de todo, un residuo, un producto secundario. Ese sju mudo en el papel que escribí más arriba es infinitamente inferior a la palabra hablada en la boca de una persona que respira.
En verano, los atardeceres suecos duran horas y horas. Interminables crepúsculos de luz dorada, oblicua, a la altura de los ojos. La luz nunca viene de arriba, porque el arco que describe el sol en el cielo no pasa por el cénit. Las sombras son largas y la luz anaranjada vuelve más hermosas a las personas que se sientan en el pasto, bajo los árboles que brillan.
Y no me quiero ir sin darte una última recomendación. Ideal para cerrar el domingo con música preciosa de fondo. Kazy Lambist es un francés de 32 años que hace un electropop groovero y armonioso que te va a hacer, mínimo, mover la patita. ¿Por dónde empezar? Por este live set en Montpellier.
Al final terminó saliendo observando. Espero que te haya gustado. A mí me hizo feliz escribirlo, como siempre me pasa.
Te dejo una frase con la que me crucé en estos días y recordé por qué quiero tanto a Hunter Thompson, autor de Pánico y locura en Las Vengas:
La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado, sino más bien llegar derrapando de lado, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!
Gracias por estar del otro lado,
Axel
Gracias!! Me gustó mucho la recomendación de Virginia Higa, no la conocía y ambos libros me parecieron super interesantes.
Gracias Axel! Qué buena música y qué buenas lecturas. Así vale la pena el viajecito. Un saludo desde México.