Hoy me desperté por la vibración del celular. Durante toda la noche había estado lloviendo y, como me había desvelado un poco, apagué la alarma para dormir hasta lo más tarde posible. Era un mensaje de Christian. Me avisaba que, finalmente, los pronósticos habían dado en el blanco: estaba nevando en el Cerro Catedral.
Le contesté al instante.
–Nooooooo!!! Nos organizamos y salimos para allá. Gracias!!
–Si quieren pasen a buscar unas medialunas :)
Eran poco menos de las 9.30. Maca tenía un taller de escritura de 10 a 12. Mientras ella cursaba yo me quedé tirado en la cama envuelto en la frazada escuchando la lluvia y leyendo sobre Basquiat, el niño radiante que lo dio todo, que estuvo de novio con Madonna antes de que fuera Madonna, a quien Warhol admiraba y envidiaba y que murió de sobredosis a los 27 años con más de 1.500 obras en su haber.
A Maca le habían dado un ejercicio para hacer que me pareció simple, pero potente. Consistía en comenzar todas las oraciones de un relato con "Me acuerdo". En un momento, mientras el autor del libro explicaba por qué Notary fue la obra más importante de Basquiat y su significado detrás, la escuché recitar su texto.
–Me acuerdo de decirle mis contraseñas a Axel y ponernos a llorar.
Recuerdo ese momento como uno de los más duros. Fue cuando sentí no solo que lo peor que imaginábamos —pero que no decíamos— podía suceder, sino que ella lo entendía.
Maca se emocionó, su profesora le preguntó si podía seguir leyendo su texto. Le contestó que sí, que no había problema, que era porque había pasado hacía poco y todavía la movilizaba.
Yo lloré con ella desde la habitación.
Cuando terminó preparamos el mate y rápido nos fuimos para el cerro. Teníamos miedo de que la nevada hubiese terminado. A medida que nos acercábamos nos dimos cuenta que no. Empezamos a ver cómo, en el costado de la ruta, sobre el pasto y la tierra, se estaba formando una alfombra blanca.
Llegamos al estacionamiento en el momento en el que la nieve empezó a caer con toda su fuerza. El aguanieve de la ciudad había pasado a convertirse en copos preciosos que chocaban y se deslizaban por el parabrisas. Bajamos emocionados, sin saber para dónde ir. Los árboles habían empezado a cubrirse y las pequeñas flores del cerro tenían gorritos blancos que horas más tarde el sol derretiría para dejarlas como antes, como si no hubiese pasado nada.
Yo no paraba de decir "qué locura". Maca no paraba de decir "mirá esos colores". Como discos rayados en un loop constante de asombro.
Un nene no paró de juntar nieve para armar un muñeco que, a diferencia de lo que yo había imaginado, terminó quedando bastante bien; una nena abría la boca con todas sus fuerzas y se movía al ritmo de los copos para intentar atrapar alguno.
Subimos un poco más la montaña. De lejos se escuchaban las risas de un grupo de chicos que hacían culipatín. Agarramos un camino menos transitado para alejarnos del ruido. Quería filmar al bosque y sus sonidos sin ninguna interferencia. Había salido un poquito el sol y eso había hecho que el color del paisaje cambiara instantáneamente, volviéndolo resplandeciente, y permitiéndonos ver la cima del cerro, que hasta ese momento había estado cubierto de nubes.
La nieve que se había apilado sobre las ramas empezó, de a poco, a derretirse y desprenderse haciendo que los árboles movieran sus ramas como si estuvieran saludando en silencio.
Caminamos bastante, alejándonos cada vez más de los sonidos. Nos sacamos fotos, nos quedamos lo más quietos posible intentando escuchar al bosque nevado, que sonaba completamente diferente al bosque no nevado que nos habíamos cruzado hacía días en el sendero de la Piedra de Habsburgo. Hablaba de una manera distinta. Los pájaros carpinteros se habían refugiado en sus nidos dándole lugar al lenguaje de los árboles.
Un rato después volvimos a la base. Queríamos exprimir el momento al máximo. Fuimos a una cervecería a picar algo y seguir disfrutando de la montaña desde la ventana, un poco más calentitos. Me pedí una cerveza para mí y un chocolate caliente para ella.
Mandé una foto a un grupo de amigos. Uno me contestó que el viaje había salido redondo.
–Tuviste todo. Sol, lluvia y nieve. ¿Qué más podés pedir?
–Nada, amigo. No puedo pedir más nada.
O quizás puedo pedir solo una cosa más: que este recuerdo no se derrita nunca.
Hermosa serie y experimento narrativo! 👏
❤️