Hace algunas semanas estaba escribiendo sobre una de las vacaciones más lindas que viví en mi vida. Se trató de un diario de viaje donde relaté un otoño en Bariloche rodeado de hojas rojas, amarillas y verdes, con la primera nevada de la temporada y charlas profundas sobre cambios y nuevas vidas.
Lo que escribo acá, es bastante obvio, es auto ficción. Es mi vida, condimentada con algunos detalles que no son reales, pero que podrían serlos. Eso hace que mi recorrido no sea ni literal ni completo. Dejo afuera mucho. Los motivos son varios.
La vida muchas veces es aburrida. Hay momentos de espera como el que pasamos en el ascensor o charlas que tienen que ver con que falta yerba o sal o vino. Pequeños detalles cotidianos donde no hay literatura.
Me retracto. Apenas lo escribí supe que no era cierto. Hay literatura hasta debajo de una piedra. No edito esto porque me gusta contradecirme.
Vuelvo al diario de viaje.
Hubo algunas charlas, mucho más profundas y que involucran a mi relación que las omití adrede. No porque se me escaparan, sino porque esa es la parte tan íntima de la auto ficción que me da vergüenza revelar. No solo vergüenza. Siento, también, que de alguna manera estaría violando la privacidad de otra persona.
Así que voy a empezar –o continuar porque estoy siendo un poco larguero– este texto con los dos bolsos repletos de ropa ya armados y la mochila con mis dos computadoras –la personal y la del trabajo– en el baúl del auto.
Me senté, me quedé mirando un segundo para abajo. Creo que por un minuto o dos no pensé en nada. No lloré, no pensé. Flotando como si no existiera. Lindo sentimiento, te digo. Recomendable para varias situaciones cotidianas.
Cuando volví un poco a la realidad arranqué el auto y me fui. Doblé en Azcuénaga y después en Av. Santa Fe. Hice algunas cuadras. Me di cuenta que no sabía dónde estaba yendo. La calle estaba vacía porque era viernes feriado. Puse las balizas y paré.
Cuando no sé dónde ir siempre siempre vuelvo a mis lugares seguros. Agarré el celular y envié un mensaje a mi grupo de amigos.
En el cielo no había nubes. Celeste y soleado por donde lo miraras. La antítesis de mis sentimientos.
–¿Alguno está al pedo? ¿Vamos a comer? Necesito un ala.
Era nuestra forma de decir que estábamos mal. Si sabíamos que alguien había pasado por algo difícil, lo invitábamos a cobijarse bajo nuestra ala, como hacen las aves con sus crías para darles calor.
Ninguno contestó rápido. Ya muchos tienen familia y los planes no salen tan rápido como antes.
Estaba por la Av. 9 de Julio, cerca de la subida a la autopista, cuando me vibró el celular. Esperé a llegar a un semáforo y lo agarré. Rodri me había contestado que se estaba despertando. Es de esas personas que, sin importar cómo vaya el mundo o su vida, no tienen problemas para dormir. Se debe sentir bien. Me dijo que podíamos ir a comer a una parrilla nueva que había abierto y que, para ganar clientes, tenía unos precios buena onda. El sánguche de vacío con papas era el plato de la casa.
A mí cualquier plan me iba a venir bien. No quería estar solo.
Estacioné, toqué timbre. Bajó con las pantuflas puestas. Nos dimos un abrazo y me dijo que subiéramos, que en un toque iba a estar listo.
–Apurate que no quiero dejar el auto en la calle.
–Mirá que se puede estacionar porque es feriado, eh. No hay drama.
–No, es que tengo bolsos con ropa en el baúl.
Pasó un segundo hasta que le cayó la ficha. Él estaba en la cocina. Yo sentado en el sillón del comedor.
–¡Noooo! ¡¿Qué onda?! ¡Eso era lo de que necesitabas un ala! ¡¿Qué pasó?!
–La vida. Qué se yo. No sé bien.
–No te preocupes, loco. Vos sabés que yo también vengo de ahí. Te entiendo mejor que nadie, pero todo pasa.
—Tutto passa —respondí, pensando en el viejo viral que tiene la frase tatuada en el pecho y una gorrita palermitana.
Hizo que sí con la cabeza.
–¿Vos cómo estás?
–Bien. Maso. No sé. Sé que va a ser para mejor en el mediano plazo, pero maso.
–Y, sí.
Pasaron unos segundos.
–Si querés llorar, llorá, eh– dijo y se rió. Yo también me reí, pero haciendo fuerza para no llorar.
Se paró, se fue al baño. Me dijo que se afeitaba y salíamos.
Fuimos a comer el sánguche de vacío con papas fritas que, efectivamente, era una bomba. Durante el almuerzo, mientras charlábamos sobre su trabajo y el mío, me ofreció su departamento. Él se iría al otro día durante una semana a Perú. Primero a Cusco. Después a Machu Picchu.
–Es el único viaje de mis sueños que me queda.
–Ah, ¿si? Bien ahí, rey. ¿Cuáles eran los otros?
–Tailandia, Europa y Nueva York. Tampoco había tanto, ¿no?
Brindamos porque estaba cerca de conocer su último lugar soñado.
–A mí me queda Islandia. Tengo otros lugares que quiero conocer, pero ese es mi viaje soñado.
Esa noche pasó lo que tiene que pasar cuando alguien necesita algo de apoyo. Pero haber sido yo quien necesitaba ese apoyo y haberlo recibido con tanta claridad me emocionó.
Con Rodri dijimos de ir a tomar unas cervezas. A él lo pasaría a buscar su novia tipo diez. Como ella vive en Capital y su vuelo salía desde Ezeiza a las cuatro de la mañana, le iba a quedar más cómodo arrancar desde allá.
De a poco fueron apareciendo mis amigos. Para acompañarme, para brindar por la nueva vida, por los horizontes desconocidos y por el amor. Todos me preguntaban qué había pasado. Todos me aseguraban estar sorprendidos. Todos me decían que no la veían venir.
Pensé en que nadie sabe realmente lo que pasa en la vida de los demás. Ni a quienes tenemos cerca.
Igual, yo tampoco tenía todavía las cosas demasiado claras. Soy de esas personas que necesitan espacio entre el hecho y el entendimiento. Como que me van cayendo fichas que van iluminando el camino.
***
Ya pasó una semana de eso. Es sábado. La ventana del departamento de Rodri revela un día, otra vez, sin nubes. Se escuchan las voces de personas que caminan por la peatonal, las risas de los nenes, los padres gritándoles que no se alejen, vendedores ambulantes. El mundo en movimiento. Se empieza a oler la pizzería que está al lado. Se llama Los Blancos y fue uno de los pilares que me mantuvieron a flote durante esta semana. Me abrazó casi tanto como mis amigos y mi familia.
El Gordo está viniendo con su novia y sus sobrinos a buscarme. Vamos a ir a la casa de Gonza a hacer un asado, tomar un vermú, jugar con Uma, su perrita, y tirarnos un rato al sol. Sé que lo hacen por mí. Van también Ringo, Checho, Juli, el Zorro con los mellis y su pareja.
Rodri vuelve mañana. Tengo que esperarlo para poder darle las llaves y devolverle su departamento.
Sin palabras. Sorprendido por acá también.. parecía que se hacían tan bien.. . Pero bueno, piedras que nos pone la vida para seguir de alguna forma creciendo. Salud por ese grupo de amigos que están cuando hace falta
Un abrazo enorme, Axel! ❣️