Al final obviamente no me desperté temprano. Me desperté relativamente temprano, alrededor de las ocho de la mañana, pero me quedé en la cama leyendo un poco y mirando otro poco de redes sociales, como hasta las nueve y media. Era bastante obvio que iba a suceder, pero no pasa nada. Todos merecemos dormir sin despertador el primer día de vacaciones.
Sigo sin poder creer el lugar donde estamos parando. Cómo la vida puede ser tan diferente a dos horas de distancia en avión. Calculo que después te acostumbras, pero qué lindo el mientras tanto.
Hace un rato nos cruzamos a Christian, el panadero. Me contó que tiene el emprendimiento hace 20 años, que estudió en Italia y en Estados Unidos, pero que nació acá y que nunca realmente se fue. Siempre volví, fueron sus palabras. Ahora se toma vacaciones todos los años en mayo para irse a Pinamar, a una casa que su hermano le presta.
Le gusta mayo porque no hay nadie, porque tiene la playa para él solo y puede bañarse tranquilo. Cuando le dije que de ninguna manera me metería al agua en mayo en la Costa Argentina, él me respondió que ellos estaban acostumbrados. Tardé un poco en darme cuenta que se refería a las personas de Bariloche. Y sí, tiene lógica.
Le dije que si bien habíamos venido muchas veces a su ciudad, nunca lo habíamos hecho en otoño. También le dije que no podemos creer los colores que tiene la naturaleza. Que el amarillo y el rojo parecen ficticios. Por suerte no lo son.
Después de desayunar su pan tostado con dulce de leche y mate cargamos el auto para irnos a la playita. Recorrer las rutas de este lugar, con esa línea amarilla característica en el medio, con árboles que son tan grandes y frondosos que no dejan entrar por momentos ni siquiera un haz de luz, es hipnótico. Hasta manejar da un poco de placer. Digo un poco porque es una actividad que no me entusiasma nunca, pero acá puedo hacer el esfuerzo.
En Villa Tacul caminamos un rato para encontrar el mejor lugar posible. Cuando lo encontramos, tiramos una mantita en un descubierto con un poco de arena –esa playa está bastante repleta de piedras no tan pequeñas que hacen complejo poder recostarse– y nos tumbamos ahí. Maca se puso a dibujar el paisaje y yo mientras le leía un capítulo de Los detectives salvajes.
Al mediodía nos hicimos unos sánguches de jamón y queso, abrimos unas cervezas y brindamos disfrutando por nuestras vacaciones, por el paisaje y por los viajes. No había casi nadie en la playa. Solo nos hacían compañía las abejas que se emocionaron cuando empezamos a hacer los sánguches y que se aburrieron instantáneamente después de que los terminamos y guardamos todo. Interesadas.
Las cervezas, la comida y el sol me dieron sueño, así que agarré una mochila que usé como almohada y me dispuse a descansar un poco. Creo que dormí unos 45 minutos. Una abeja que parecía odiar mi tranquilidad decidió volar muy cerca de mi oreja. Así que el zumbido, que primero escuché un poco entre sueños, me terminó despertando.
Maca dormía, así que intentando no despertarla me acerqué a la orilla del lago y me puse a tirar piedras al agua para hacerlas rebotar sobre la superficie. El primer tiro fue el mejor: hizo patito seis veces. De ahí, fue todo en picada.
Cuando volví estaba sentada sacando una foto. Me preguntó si quería ir al mirador del Brazo Tristeza. Es un mirador precioso al que se llega después de un trekking mínimo de unos 30 minutos. Pero a nosotros no nos interesa tanto el mirador en sí, sino un lugar que nos gusta imaginar como nuestro lugar secreto. Es un desvío corto que revela una piedra inmensa donde sobra espacio para sentarse. Es la mejor vista a la Bahía López que conozco. Nos quedamos más de una hora y no nos cruzamos a nadie, así que voy a seguir pensando que es un lugar secreto.
Charlamos bastante. Sobre nuestra vida en la ciudad, sobre cómo nos gustaría vivir en un espacio con más naturaleza, con más verde, con agua, con algo que no sean edificios, sirenas, bocinas, gritos constantes. Le conté cómo me gustaría poder hacer cosas más manuales, que se alejaran un poco del teclado y de las horas y horas de llamadas que tengo delante de la computadora a diario.
Me obsesiona esta ciudad. Es en lo que pienso siempre que vengo. Cómo hacer para poder quedarme. Me resulta absolutamente magnética.
Cada vez que vengo paso una gran parte de mi estadía –y realmente no exagero– pensando en qué podría hacer acá. Cómo podría arreglármelas para vivir rodeado de los cipreses, los coihues y los pinos que te contaba ayer, de los colores que parecen irreales pero que están acá, al alcance de la mano.
Nos quedamos callados un rato. El sol, que se reflejaba en el agua de la bahía, no me dejaba abrir bien los ojos.
–Me gusta cuando el agua brilla por el sol, como si le hubieran puesto glitter– dijo ella.
Pensé en cómo se le ocurrían analogías tan lindas. Y pensé también cómo es que a mí no me pasa. Ni en la vida ni cuando escribo.
Cuando volvíamos pasamos por el supermercado. Compramos carne para hacer un asado, verduras, vinos, gaseosas y alguna que otra cosa para abastecernos para los próximos días.
Estoy un poco cansado y siento el cuerpo lleno de tierra, de polvo, como cuando iba a jugar a la pelota de chico que volvía todo sucio. Ese cansancio que desaparece con una ducha caliente. Al menos un poco.
El plan es quedarnos adentro. Disfrutando de la cabaña, del calor de la salamandra. Quizás veamos una película.
Dicen que mañana va a ser otro día de sol como el de hoy, pero que pasado llueve. Ojalá. Quiero conocer, también, la lluvia de otoño.
Me da un poco de nervios enviar una nueva edición de observando cuando pasaron meses sin que enviara una (ayer me di cuenta que la última había sido en enero). Me da miedo que los lectores se hayan ido, que no le den más bola al mail que llega después de tanto tiempo a su correo electrónico. El que envié ayer me llenó de respuestas con el amor que caracteriza a los lectores de este newsletter. Realmente no sé cómo agradecerlo. Si fuese millonario los traería a todos a Bariloche. Por ahora no puedo, pero quién te dice.
Gracias por seguir del otro lado. Prometo que desde mañana paro de decir gracias porque esto ya parece más una carta de agradecimiento que un diario de viaje.
Te mando un abrazo. Hasta mañana.
Axel
aca seguimos axel. compartiendo la ansiedad de la ciudad -no importando qué ciudad sea- y el amor por la naturaleza -sin importar si son cipreses o palmeras-.
¡Me pone contenta leerte! Gracias a vos. Creo que todos los que estuvimos en Bariloche pensamos cómo hacer para quedarnos. Yo estuve por primera vez en mi vida hace dos eneros allá y fue maravilloso. Hasta hice dedo. Algo que no se me hubiera ocurrido jamás! Escalada al Tronador incluida, ese verano me sentí una nena con casi 40. Fue un viaje hermoso. Paramos con mi novio en una casa que nos presentaron unos amigos en la zona Llao Llao. ¡Alucinanteee! Nuestros amigos se fueron a Bariloche hace unos años y siempre dicen que después de sus jornadas laborales se sienten como de vacaciones. Eso sí. También cuentan que el invierno es muy difícil y también nos dijeron que hubo épocas de casi un mes entero de lluvia. Pero con eso y todo están muy muy felices en su casa en medio del bosque y no piensan volver a vivir acá. Ojalá encuentren la forma de volver para quedarse. Abrazo 🤗