Hola ser del bien, ¿cómo estás?
Yo estoy en la ruta, pasando por un pueblo que se llama Pancho Cue que está en Corrientes. Es viernes y estamos con Maca yendo a San Vicente, el pueblo donde vive su familia en Misiones. Vamos porque el papá cumplió 60 años hace algunas semanas y hace una gran fiesta gran. Van amigos de todo el país. Del colegio, de la secundaria, de cuando estudió en la Universidad de Buenos Aires, de los trabajos que tuvo en su vida. Llenó los hoteles de todo el pueblo, se cruzó a Paraguay para comprar vajilla y casi no lo dejan entrar de vuelta al país porque pensaban que estaba traficando vasos y copas para revenderlos en el pueblo y hasta pidió heladeras prestadas para guardar bebidas. Qué más lindo que festejar rodeado de personas dejaron marcas en tu vida.
Vamos en auto y volvemos en avión. Es porque Maca va a dejar allá el autito que la acompañó durante toda su época de universidad en Santa Fe, en su mudanza a Buenos Aires. Es algo así como el Last Dance del Clio o, al menos, el último que va a bailar con nosotros. Te vamos a extrañar, old man.
No era muy fanático de los viajes en auto. Solían aburrirme, quería llegar a destino. No tomaba al viaje como parte del... viaje. Pero creo que estoy cambiando. Hace algún tiempo empecé a disfrutar de la ruta, de manejar incluso, de poder agarrar el volante y no hacer nada más que estar en ese momento. Presente. Viendo el paisaje, viendo cómo duerme Maca, escuchando música, charlando, tomando mate, leyendo. Me gusta ver cómo todos pasan mientras yo estoy en stand by y sin señal.
Esta vez decidimos hacer el viaje en dos tramos. No queríamos llegar tan cansados después de 14 horas, así que salimos con tiempo, sin estar seguros dónde íbamos a dormir y dependiendo de nuestro cansancio.
Paramos en Concordia y fuimos a un hotel que tenía un casino adentro. Habíamos alquilado la habitación más barata. Después de todo era tarde, íbamos a ver el partido de Argentina contra Canadá en un bar y después ir a dormir para poder estar frescos al otro día y viajar las 7 u 8 horas que restaban.
Cuando llegamos a la recepción nos pasó algo bastante loco. El gerente del hotel era lector de observando y Parsimonia, el newsletter de Maca, y nos hizo un upgrade de habitación. Saltamos de la felicidad cuando nos quedamos solos. No tanto porque tenía jacuzzi, sino porque es bastante extraño entender que hay personas desperdigadas por el mundo que leen lo que uno escribe. Ya debería haberlo aprendido después de tantos años de escribir observando, pero no deja de parecerme extraño y hacerme feliz en mismas proporciones.
Después de saltar de la felicidad nos pegamos una ducha veloz para sacarnos la mugre de tantas horas de auto y nos fuimos a buscar un bar para ver el partido. Cuando volvimos, después de unos gins y cervezas, considerando que estábamos en un hotel casino, fuimos a pasear y ver las luces estridentes de las maquinitas y la ruleta. A ninguno de los dos nos gusta jugar ni sabemos cómo hacerlo, así que fuimos a preguntar a una ventanilla cómo funcionaba la cosa. Un tipo riendo, entiendo que porque un boludo de casi 40 años no sabía cómo funciona un casino, nos dijo que podíamos cambiar plata ahí mismo por unos tickets para meter después en las máquinas tragamonedas o poner directamente los billetes en las ranuras que tenían al costado. Decidimos poner los billetes. Fuimos por una que tenía unos dibujos mayas que nos atrajeron, metimos uno de $2.000 y empezamos a tocar botones durante media hora sin saber absolutamente nada de lo que estábamos haciendo. Cuando nos cansamos apretamos un botón que decía cashout y la máquina escupió un ticket de $2.513. Cincuenta centavos de dólar. Tomá pa' vo'. Casi que hacemos saltar la banca.
En la ruta atardece. Hace un rato terminamos de leer un cuento que publicó Juan Sklar en una Orsai bastante vieja. Lo fuimos leyendo en voz alta mientras el otro manejaba. Se llama Los putos no juegan al rugby. Cuenta la historia de un chico que practica el deporte, un pibe de unos 14 o 15 años que está descubriendo el mundo. Mientras crece y descubre ese mundo, también se descubre a él, su sexualidad, el amor, los celos. Es un cuento que va perdiendo la luz, pero no lo digo como algo negativo, sino como algo que el autor probablemente buscó. Es una postal triste, pero tan certera de cómo hablábamos y pensábamos las clases medias en los 90s, las palabras que usábamos despectivamente. Un mundo asqueroso con nuestros pares.
Siempre me gustó la simpleza con la que Sklar toca temas tan profundos. Hacía años no lo leía. Quizás unos cinco o seis, después de haber terminado Los catorce cuadernos y Nunca llegamos a la India. Me di cuenta que un poco lo extrañaba.
No me quiero ir de la ruta, pero no quiero tampoco dejar de recomendarte una película que vi hace unos días y que me gustó: Civil War. La cosa va de una fotoperiodista muy famosa que retrata un Estados Unidos que está en el medio de una guerra civil y su viaje hasta Washington D.C., donde todo es ultra picante y a los periodistas que están en contra del régimen los fusilan. Un roadtrip de puro sufrimiento, pero también de esperanza. De personas que aman lo que hacen, que dan su vida por ello, pero también con un relato que intenta mostrar los problemas de la radicalización. Un futuro que luce distópico, pero que, por momentos, parece acercarse.
Volvamos al a ruta.
Maca maneja, baja la velocidad. Levanto la vista y estamos pasando por una rotonda. A mi costado derecho hay una especie de torre hecha de ladrillo con una cruz gigante que dice Santo Tomé. Un poco más adelante una abuela espera el colectivo en una garita, me pregunto cuánto tardará en pasar el colectivo por la ruta de Santo Tomé un feriado. Me vibra el celular, vuelve el 4G. Busco en Google cuántos habitantes tiene. Dice 23.299 según el censo del 2010. También pienso que no sé si eso es mucho o poco.
Creo que Maca me quiere decir algo, pero no lo hace para no interrumpirme. Me acaricia la rodilla pero rápidamente vuelve a agarrar el volante con las dos manos, vio un pozo. Hace un rato me contó que Corrientes tiene algunas de las rutas más feas del país. Me aclaró también, con ese orgullo que todo el interior tiene de su suelo, que Misiones tiene las más lindas. Suena El mató a un policía motorizado. Santi canta "tengo un poco más de lo que yo pensé" y yo pienso que también tengo un poco más de lo que pensaba que iba a tener.
Gracias por esperarme y estar del otro lado.
Te mando un abrazo,
Axel
aun sin hipertexto: tu mención hizo que leyera el cuento del rugby. como padre de un chico de 11 años, no pude evitar sentir que se aplastaba mi corazón. y tambien reflexionar cómo han cambiado los tiempos. esperemos sigamos asi
Que genial hacer ruta, me transporté leyendo, gracias!