Finalmente llovió bastante. Era algo que estábamos esperando, porque venían anunciando días feos hacía bastante, pero todo terminaba en una garúa fina que, imagino, es el tipo de llovizna que si estuviéramos en invierno se convertiría en nieve. Incluso hoy en la cola del supermercado escuché una señora que dijo que el viernes iba a nevar. No sé de dónde lo sacó, pero no estaría nada mal.
Nos despertamos tarde, pasadas las 10 y nos quedamos un rato en la cama organizando nuestro día. Como llovía bastante decidimos hacer un día tranquilo de quedarnos adentro y no estar corriendo para ir a algún lugar desconocido. Planeamos ir al super a comprar lo que nos faltaba para hacer un risotto de calabaza, volver, prender la salamandra y quedarnos cocinando y tomando vinito. A la tarde, después de la siesta, veríamos dónde podíamos ir a tomar un café.
En el super no había nadie. Pensé que recién ahora, por primera vez, estaba viendo el Bariloche fuera de temporada. Una tranquilidad extraña para alguien que siempre vino en invierno y verano. Había dos o tres personas comprando y una madre con sus hijos que no pararon de gritar y pedirle que le compraran cosas. Lo que cualquiera vería un martes en un pueblo grande.
La siesta, como suele suceder cuando empezás a olvidarte de las preocupaciones del mundo real mientras estás de vacaciones, nos pasó por arriba. Ninguno de los dos recordó cuándo había apagado la alarma, pero lo hicimos y seguimos durmiendo. Cuando nos despertamos, la idea que había surgido durante el almuerzo de ir a la Piedra de Habsburgo, un sendero que nace desde el Cerro Otto, desapareció. No íbamos a llegar a ir y volver antes de que se hiciera de noche. Pero nos abrazamos al plan original: buscar algún lugar para merendar.
Fuimos a Chiado, probablemente la casa de té más famosa de Bariloche. Maca no la conocía. Yo había ido en otra vida.
Si te dijera que imaginaras la casa de té más casa del té del sur, probablemente te harías una imagen muy semejante a lo que es este lugar. Detenido en el tiempo, con la vista al lago más preciosa que puedas encontrar, calentita, acogedora. Un lugar que te abraza.
Pedimos café. Después, escuchando las conversaciones de otras mesas, me di cuenta que nos habíamos equivocado. Quién toma café en un lugar donde se especializan en té. Acompañamos los lattes anti barilochenses con una tarta de frutos rojos. Ahí compensamos un poco. Faltaba que pidiéramos un rol de canela para coronar el error palermitano.
Maca se puso a dibujar. Yo me puse a leer un libro que recopila textos sobre diferentes artistas que escribió el editor de arte de la BBC. Había un montón que me parecieron interesantes: Kandinski, Hockney, Kusama, Basquiat, Rembrandt, Hopper, Cézanne, Dubuffet. Casi voy por Basquiat, pero Hockney siempre me puede.
Me pareció muy interesante cómo su obra cambió por el entorno que habitaba. De cubrirse con un paraguas por la llovizna constante de Inglaterra a tener que cubrirse del sol en California. Sin absoluta intención de compararme con uno de los artistas que más nos dio en el siglo XX, me pregunto cómo escribiría yo si hubiese nacido en otro lado. Cómo dibujaría Maca si hubiese nacido en otro lado.
El texto hablaba, sobre todo, de la mirada de Hockney. De cómo donde nosotros vemos un ramo de flores él ve la naturaleza en su pleno esplendor, única, inigualable, repleta de colores resplandecientes.
El libro ya tenía una frase subrayada que, pensé, yo también hubiese subrayado: "Su propósito es llevar la alegría a un mundo empobrecido, algo que resulta de lo más extemporáneo hoy en día en el ámbito artístico, donde lo que suele premiarse y aplaudirse es el cinismo burlón". También pensé que el cinismo burlón no solo se aplaude en el arte, sino en todos los ámbitos. De alguna manera, ese cinismo burlón que aborrezco ganó. Sigue haciéndolo. Todos los días veo cómo gana terreno.
Terminé de leer un poco emocionado por el nombre de una obra que hizo Hockney durante la pandemia porque es algo en lo que vengo pensando. Lo hablamos cuando fuimos a Villa Tacul. La naturaleza desconoce nuestra existencia. Ella sigue su curso, con o sin nosotros. La obra de Hockney se llama Recuerda que no pueden cancelar la primavera.
Agarré el celular y me lo quedé mirando para abajo porque no me gusta que me vean emocionado en lugares públicos. Maca seguía dibujando.
Cuando nos fuimos pasamos por un lugar que me encanta de esta ciudad. Es un container repleto de arte: hay una pequeña librería con una curaduría preciosa de novelas, poemarios y libros de no ficción, una galería de arte de artistas locales, una tienda de objetos para recordar la ciudad. Se llama Escándalo.
Siempre que voy a librerías que amo pienso en robarme algún libro que me conquistó. No lo hago hace más de una década y no sé por qué pienso en eso cada vez que voy a algún lugar que me conquista, pero me sigue pasando.
Se me vinieron a la cabeza los poetas de Bolaño y un artículo que había leído hacía un montón de tiempo que hablaba de lo común que era que las personas se robaran libros de las librerías. Que, incluso, ese porcentaje de pérdida estaba asumido como un costo.
Me compré el libro que había pensado robar y volvimos a la cabaña. En el trayecto volvió a lloviznar. Maca manejaba. Me dijo que buscara en el bolso un sobrecito. "Es un regalo", me dijo.
Lo abrí. Era una obra de una artista local de unos 15 por 10 centímetros, el tamaño de una postal. Dos manos sosteniendo una llama explosiva donde solo había una palabra: "Confiá".
Axel, me hice una cuenta acá solo para dejarte este comentario. Estaba suscripto al newsletter, y por cosas de la vida, venía archivando cada email que llegaba, falta de tiempo, que se yo. Hoy me tomé el tiempo para leer este, y me sentí con culpa de no haber leído los anteriores, restandole importancia, como si lo que me mandabas fuera una intención de venderme algo.
Me gusta leerte, gracias volver a escribirlo y por compartir tu viaje!
Me encanta como con el transcurrir de los días de este viaje se va relajando tu escritura :)